domingo, 26 de octubre de 2014

Ver la necesidad de cambiar nuestra forma de comunicarnos.

Si se ve la necesidad se entiende el mensaje, en caso contrario parece algo incomprensible que alguien nos diga: "Las mujeres somos invisibles en el lenguaje"

Sí parece increíble pero es cierto. El otro día me pasó lo siguiente: Estaba rellenando un formulario muy sencillo para autorizar el tratamiento de mis datos personales. Lo modifiqué, claro. Decía cosas como: "cuerpo de maestros", El abajo firmante", El docente". Cuando le devolví el papel a la mujer que me lo había dado, le pregunté si el escrito lo habían redactado en la sede del sindicato y me contestó que sí. Le comenté que estaba mal expresado pues estaba todo en masculino y las mujeres eran invisibles en él. Ella, lo miró, se extrañó del razonamiento y mientras pensaba yo añadí que estaría bien que hubiese dos ejemplares, uno para los hombres y otro para las mujeres. Me contestó algo que me dejó pasmada.. Me dijo: "No seré yo quién traiga dos ejemplares" ¿Por qué? le pregunté y sin dejarla responder seguí: Es algo muy importante aunque a ti no te lo parezca, pues no sólo me refiero a que está todo en masculino sino que tiene otras connotaciones discriminatorias hacia las mujeres. Yo me ofrezco a modificarlo si queréis, pero bueno este no es el momento ni el lugar para decir nada más. 
Ella, junto a otras mujeres que estaban allí, no dijeron nada y dimos por terminada la charla.

No comprendió en mensaje y le pareció absurdo el motivo de mi queja. Naturalmente.

Sí, es cierto que es mi verdad y no tengo que imponerla a nadie. Quizás mi comentario sobraba porque estaba fuera de lugar. Pero quizás he sembrado una semillita en su cabeza y la ha hecho reflexionar, o quizás le importa un carajo el comentario y punto final. 

Es una tarea ardua, compleja y difícil  pero no por ello me rindo. Al contrario. Cada día estoy más convencida de la necesidad de dialogar,de mostrar la inquietud que siento de explicar el por qué de mi convicción. Si, porque el lenguaje cambia nuestro pensamiento. La prueba está en que cuanto más nos formamos, cuánto más leemos, cuánto más nos preocupamos de enriquecernos espiritualmente, más cambia nuestro pensamiento, nuestra forma de ver la vida y a las personas, y en definitiva nuestra forma de interactuar con el mundo, nuestra forma de relacionarnos con las personas. 
El enriquecimiento del lenguaje nos proporciona otras herramientas para solucionar conflictos, por ejemplo y estoy convencida de que si reflexionásemos un momento sobre la importancia que tiene el hecho de que la mujer se vea reflejada en el lenguaje, entonces intentaríamos cambiar esa forma ancestral y estereotipada de comunicar de forma verbal y escrita, de meter a la mujer en el contexto masculino. 
No sólo me estoy refiriendo a que no tendría que haber anuncios publicitarios que discriminan a la mujer, o a esas frases machistas que invalidan a la mujer, o a esas otras expresiones que dicen que no se excluye a la mujer del contexto por nombrar en masculino, o aquellas otras teorías que dicen que la Real Academia Española dice que tenemos que nombrar en masculino porque éste engloba a ambos sexos.

Me estoy refiriendo:
- A que la mujer tiene que estar reflejada en el lenguaje hablado y escrito porque ésta también existe.
- A que se ha de aprender a hablar con un lenguaje rico utilizando genéricos y palabras epicenas.
- Me refiero también a que la mujer estará más valorada si se ve reflejada en el lenguaje (en un lenguaje correcto naturalmente). 
- Estoy convencida de que la violencia de género se nutre de esa discriminación que hacemos en el lenguaje hacia la mujer.
- Me refiero también a que hoy las mujeres están visibles en la sociedad más que nunca y tienen un peso importante en multitud de ámbitos y por ello hay que nombrarlas correctamente. Por ejemplo, tenemos que decir: la abogada, la médica, la fotógrafa, la notaria, la mecánica, la doctora, la ginecóloga, etc, ect. 

Os dejo un espacio para la reflexión.
Un abrazo y hasta mañana. 

lunes, 13 de octubre de 2014

Si quiero puedo...

Hoy no es un día normal, tampoco lo fue ayer ni lo será, sin ninguna duda, mañana. Esto viene a cuento del compromiso por la vida. Hoy he dado clase de valores a las niñas y niños de mi clase que no dan religión y hemos hablado de los mandalas.  ¿Por qué hemos hablado de este tema? pues porque un niño ha traído uno de otoño y claro les ha gustado, y me han pedido uno para colorear y me han preguntado qué significa mandala y yo les he explicado que tiene que ver con la espiritualidad. Claro ¿Cómo les explico yo lo que significa eso si sólo tienen seis años? pues tranquilamente les he hablado del crecimiento de las personas, de su maduración y de que no pensamos igual cuando tenemos su edad que cuando tenemos la mía. Les he hablado de la importancia de respetarse y de respetar a las personas, a las plantas y a los animales. Sólo respetando a los seres vivos tenemos el privilegio de poder disfrutar de una vida buena, bella, tranquila. Sólo pensando con tranquilidad podemos actuar de otra forma en nuestra vida sin agresividad, sin falta de respeto.
¿Por qué son redondos los mandalas? Víctor, que es quien ha traido el primero, me ha advertido que también son cuadrados. Sí es cierto, también son cuadrados. Les he dicho que tiene que ver con la vida, con todo lo que está relacionado con ella y hemos hecho mucho hincapié en la importancia de respetar para que no se rompa el equilibrio. Hemos hablado del trabajo de las hormigas para poder ver mejor ese equilibrio y ese respeto y hemos decidido que, a partir de este momento, pensaremos más en nuestras forma de actuar antes de actuar con violencia hacia las personas, animales y plantas.

Como les han gustado tanto los mandalas, los han coloreado, los han recortado y estamos haciendo un mural de nuestros mandalas de otoño. Cuando esté terminado os lo mostraré en una foto.

Algunas frases importantes de hoy que provocan sonrisas, cambian el ayer y se dirigen hacia el mañana son:

Una niña me dice:

-¿Seño a que no sabes qué es lo que más me gusta del colegio?
- Pues... no sé ¡El comedor!
- No, eso no.
- ¡Pues la clase de música!
- No tampoco es eso.
- ¿Pues entonces que es?
- Es nuestra clase.
Maravilloso. Nos hemos dado un abrazote.

Otra frase:

Es casi la hora de marcharnos a casa a comer y todavía no han venido las niñas y niños de religión, así es que estamos en el aula unas once personas. Les pido que recojan todo para irnos a casa y dos niñas me dicen:

- ¡No. No queremos irnos a casa! ¡Queremos quedarnos un poco más para seguir haciendo cosas!

-Maravilloso ver lo motivado que está el grupo por las clases y lo que aprendemos en ellas.


domingo, 12 de octubre de 2014

Se hace camino al andar...

"Caminante, no hay camino, se hace camino al andar"; decía aquella canción de Joan Manuel Serrat, refiriéndose a un poema de Antonio Machado. Estoy convencida de esto que dice el poema y la canción. El camino se hace caminando, sin este acto motor, el camino no existe, no se inicia. Es por este motivo por lo que yo digo siempre que para alcanzar un objetivo hay que andar hacia el, hay que soñarlo, desearlo, vivenciarlo. Decía una coach, en la última charla sobre coaching a la que asistí, que no hay fracasos, solo aprendizaje. Y es cierto. Bienvenidos sean los errores porque de ellos aprendemos en nuestro caminar en la vida. Pobre de aquella persona que no lo haga y que aún, sabiendo que los comete y sintiendo que ha fracasado, se hunda. 

He descubierto hace, relativamente poco tiempo, la gran novela de Paulo Coelho "El Alquimista". En el resumen de la contraportada también habla del caminar y dice algo muy bello:

"El Alquimista relata las aventuras de Santiago, un joven pastor andaluz que un día abandonó su rebaño para ir en pos de una quimera, aprendiendo durante el trayecto a escuchar los dictados del corazón y a descifrar el lenguaje que está más allá de las palabras."    

Qué bonito y qué sensato. Si aprendemos de las cosas que nos ocurren en nuestro caminar conseguiremos ser personas más sabias, confiaremos más en nuestras propias fuerzas, seremos personas más juiciosas y nos querremos más. Pero hay una condición que toda persona que camina quizás sepa y es que durante el trayecto hemos de sentir los latidos de nuestro corazón, saber lo que nuestra conciencia nos dice y cuando el camino se hace duro tener confianza y, por el contrario, disfrutar de los tramos más placenteros. De cualquier forma disfrutar de cada paso, de cada recoveco, de cada piedra del camino. 

Hay un cuento de Jorge Bucay que a mí me gusta mucho porque nos habla de las prisas en el caminar por la vida y al contrario, del miedo a avanzar y por consiguiente de todo lo que nos perdemos en ambos casos. Lo quiero relatar aquí para que veáis la belleza que esconde.

Disfrutad de él. El cuento se llama "La visita de tu vida"

Había una vez un señor que estaba haciendo una gira turística por Europa. Al llegar al Reino Unido compró en el aeropuerto una especie de guía de los castillos de las islas. Algunos tenían días de visita y otros horarios muy estrictos. Pero el más llamativo era el que se presentaba como "La visita de tu vida". En las fotos, por lo menos, parecía un castillo ni más ni menos espectacular que otros, pero se lo recomendaba muy especialmente... Se explicaba allí que, por razones que después se comprenderían, las visitas no se pagaban por anticipado, pero era imprescindible pactar anticipadamente una cita, es decir, día y hora. Intrigado por lo diferente de la propuesta, el hombre llamó desde su hotel esa misma tarde y acordó un horario.
Las cosas han sido siempre iguales en el mundo, basta que uno tenga una cita importante, con hora precisa y necesidad de ser puntual para que todo se complique. Ésta no fue una excepción y diez minutos más tarde de la hora pactada el turista llegó al palacio. Se presentó ante un hombre con falda a cuadros que lo esperaba y que le dio la bienvenida.
- ¿Los demás ya pasaron con el guía? -preguntó, sin ver a ningún otro visitante.
- ¿Los demás? -repreguntó el hombre-. No. Las visitas son individuales y no tenemos guías que ofrecer.
Sin hacerle mención al horario, le explicó un poco de la historia del castillo y le mencionó algunas cosas sobre las que debía prestar especial atención. Las pinturas en los muros. Las armaduras del altillo. Las máquinas de guerra del salón norte, debajo de la escalera, las catacumbas y la sala de torturas en la mazmorra. Dicho esto, le dio una cuchara y le pidió que la sostuviera horizontalmente con la parte cóncava hacia el techo.
- ¿Y esto? -preguntó el visitante.
- Nosotros no cobramos un derecho de visita. Para evaluar el coste de su paseo recurrimos a este mecanismo. Cada visitante lleva una cuchara como ésta llena hasta el borde de arena fina. Aquí caben exactamente 100 gramos. Después de recorrer el castillo pesamos la arena que ha quedado en la cuchara y le cobramos una libra por cada gramo que haya perdido... Una manera de evaluar el coste de la limpieza -explicó.
- ¿Y si no pierdo ni un gramo?
- Ah, mi querido señor, entonces su visita al castillo será gratuita.
Entre divertido y sorprendido por la propuesta, el hombre vio cómo el anfitrión colmaba de arena la cuchara y luego comenzó su viaje. Confiando en su pulso, subió las escaleras muy despacio y con la vista fija en la cuchara. Al llegar arriba, a la sala de armaduras, prefirió no entrar porque le pareció que el viento haría volar la arena y decidió bajar cuidadosamente. Al pasar junto al salón que exhibía las máquinas de guerra, debajo de la escalera, se dio cuenta de que para verlas con detenimiento era necesario inclinarse forzosamente sosteniéndose de la barandilla, No era peligroso para su integridad, pero hacerlo implicaba la certeza de derramar algo del contenido de su cuchara, así que se conformó con mirarlas desde lejos. Otro tanto le pasó con la más que empinada escalera que conducía a las mazmorras. Por el pasillo de regreso al punto de partida, caminó contento hacia el hombre de la falda escocesa que lo aguardaba con una balanza. Allí vació el contenido de su cuchara y esperó el dictamen del hombre.
- Asombroso, ha perdido menos de medio gramo -anunció-, lo felicito, tal como usted predijo esta visita le ha salido gratis.
- Gracias...
- ¿Ha disfrutado de la visita? -preguntó finalmente el de la recepción.
El turista dudó y por último decidió ser sincero.
- La verdad es que no mucho. Estaba tan ocupado tratando de cuidar de la arena que no tuve oportunidad de mirar lo que usted me señaló.
- Pero... ¡Qué barbaridad! Mire, voy a hacer una excepción. Le voy a llenar otra vez la cuchara, porque es la norma, pero ahora olvídese de cuánto derrama, faltan 12 minutos para que llegue el próximo visitante. Vaya y regrese antes de que él llegue.
Sin perder tiempo, el hombre tomó la cuchara y corrió hacia el altillo, al llegar allí dio una mirada rápida a lo que había y bajó más que corriendo a las mazmorras llenando las escaleras de arena. No se quedó casi ni un momento porque los minutos pasaban y prácticamente voló hacia el pasaje debajo de las escaleras, donde al inclinarse derramó todo el contenido. Miró su reloj, habían pasado 11 minutos. Dejó otra vez sin ver las máquinas y corrió hasta el hombre de la entrada a quien le entregó la cuchara vacía.
- Bueno, esta vez sin arena, pero no se preocupe, tenemos un trato. ¿Qué tal? ¿Disfrutó de la visita?
Otra vez el visitante dudó unos momentos.
- La verdad es que no -contestó al fin-. Estuve tan ocupado en llegar antes que el otro, que perdí toda la arena pero igual no disfruté nada.
El hombre de la falda encendió su pipa y le dijo:
- Hay quienes recorren el castillo de su vida tratando de que no les cueste nada, y no lo pueden disfrutar. Hay otros tan apresurados en llegar pronto, que lo pierden todo sin disfrutarlo. Unos pocos aprenden esta lección y se toman su tiempo para cada recorrido. Descubren y disfrutan cada rincón, cada paso. Saben que no será gratuito, pero entienden que los costes de vivir valen la pena.

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